Tengo los esquemas de mis días bien grabados, tantas cosas por hacer y aun así me olvido algunas otras, Puedo llegar a mecanizarme a la estructura de los horarios con tal rigidez y facilidad de olvidar la hora de almorzar o cenar, de no notar si es aún de día o si la noche ya empezó a caer. Puedo sumergirme en mis cuestiones académicas a tal grado de quebrantar las normas sociales y ponerme la ropa al revés. Puedo agobiarme de las circunstancias y ahogarme en mis propias exigencias. Sin embargo todo ello sucumba ante la simpleza de un minuto, minuto en el que tu exhalas y yo respiro, el momento justo en el que se abre la puerta de otra dimensión y sólo estás tú y tu sola presencia quebranta mi enfermedad de humana, me recuerda que me esperas, que no cambias y que tu mirada siempre está en mí.
Hoy la simpleza de ese minuto me reveló que mientras me volque a mi visión de humanidad, tu siempre te empeñarás en hacerme entender, que aunque mi razón planee mi vida, mi corazón sólo estará dispuesto a obrar tu voluntad. Pues aunque la vida este llena de momentos los tuyos siempre serán los más profundos.
“Ustedes viven siempre angustiados; siempre preocupados. Vengan a mí, y yo los haré descansar”. Mateo 11:28